Maletas y mochilas, ruido de cerraduras, saludos y abrazos llenan las calles de nuestros pueblos estos días.
Los hijos del pueblo vuelven para las fiestas patronales y todas las generaciones se juntan para organizar actividades de todo tipo. El sentimiento y trabajo en comunidad es uno de los valores más importantes del medio rural, parte de nuestro patrimonio inmaterial y en los meses de verano se pone en práctica.
Desde hace unas décadas, las fiestas se vienen celebrando el último fin de semana de agosto, pero las actividades para calentar motores comienzan la semana previa.
Degustaciones y comidas, música y conciertos , competiciones deportivas y demás actividades para todas las edades se suceden hasta bien entrada la noche.
¿Pero qué sería de nuestras fiestas sin la romería a la ermita de Santa Maria de Cillas? Muy pocos se lo pierden, incluso sobreponiéndose a escasas horas de sueño, dolor de cabeza y calor. En la explanada de la ermita (donde una vez existió un pueblo del mismo nombre de donde procede nuestra patrona) y tras la misa, amenizados por la música de una charanga, se reparte clarete o agua, patatas y el tradicional bollo preñao con zurracapote.
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